Recién llegado a los 20 años el mundo se abre ante ti. Sueles pensar que te queda toda la vida por delante y, es posible, que tienes mucho que aprender. También te crees indestructible y que muchas cosas que ves que afectan a otra gente mayor que tú no te va a pasar.
A esa edad solo tienes los conocimientos que la escuela y tu familia te han inculcado para salir adelante. También sueles tener la enorme ventaja de seguir bajo el paragüas familiar, lo que te permite poder equivocarte. En los años siguientes es cuando decides a qué te vas a dedicar, comienzas a trabajar, empiezas a viajar tú solo (o con amigos) por el mundo y, en definitiva, recojes las experiencias que vas encontrando para conformar tu actitud en la vida adulta.
A los 30 la vida ya te ha cambiado y disfrutas de una autonomía y experiencia que te va a permitir tomar ciertas decisiones importantes: emparejarte «permanentemente» o no, comprar o alquilar piso, decidir si a lo que te dedicas va a ser lo que hagas el resto de tu vida laboral, etc. En definitiva, sabes lo que quieres y organizas tu vida en función de ello.

Dentro de este proceso se halla la educación financiera que tenemos cada uno de vosotros. Esta educación viene impresa en nosotros principalmente desde nuestra familia, cuyas actitudes nos marcarán en los primeros años de nuestra vida adulta. Como todo lo que viene de nuestra familia, su influencia es poderosa y cuesta cambiar.
En este blog voy a ir contando mi experiencia de cómo he cambiado en materia de educación financiera y a dónde se dirigirá mi experiencia con el paso de los años.